viernes, 27 de agosto de 2010

Balconing

El palabro se las trae, pero más se las trae aún el concepto que subyace bajo estas sílabas angloespañolas. Me desagrada que nuestro país se esté convirtiendo en polo de atracción para todo tipo de descerebrados, en su mayor parte jóvenes, venidos de naciones donde no se permite vulnerar su modo de vida, que es como decir el estado de derecho, con la excusa de crear empleo fomentando un turismo de bajísima calidad que, poco a poco, irá desplazando a los visitantes que valoran nuestros monumentos, clima, playas o paisajes en vez de lo barato que resulta el alcohol, lo fácil que es emborracharse en las vías públicas (ejemplo muy edificante para los menores de edad) y molestar al vecindario de turno sin que nada pueda hacerse al respecto. Pero, claro, se empieza por tolerar el botellón, donde prima sobre todas las cosas una especie de salvoconducto otorgado por Baco y repetido sin contención por todos sus acólitos, léase fiesta, y terminamos viendo como normal que un adolescente británico se arroje sobre una piscina desde un tercer piso para completar la noche de alcohol, hachís y/o anfetaminas. ¿Quién gana con esta clase de turismo? Cuatro empresarios y otros tantos concejales, a costa del sueño de trabajadores que no pueden dormir y deben levantarse a las siete de la mañana para contribuir con sus impuestos al pago de subvenciones para algunos de los vividores que los martirizan de noche y a la limpieza del vertedero que tan civilizados individuos (tenemos la juventud mejor preparada de las últimas décadas) construyen en calles y plazas con sus desechos, orinas y vómitos. Sí, balconing, al que yo añadiría pantaning, fuenting, playing, etc. Porque en cualquier embalse le pueden montar al pueblecito más próximo una fiesta, a base de carpas, grupos electrógenos, música a tope, vaya, lo que se dice una macrofiesta con día de inicio pero sin fecha de finalización. Esto es ilegal, como tantos casos similares. ¿Y qué más da? Últimamente parece que vivimos en un estado de no-derecho, pues las autoridades son incapaces de hacer cumplir las normas, de manera que, en estas circunstancias, más valdría suprimir todas las leyes, incluyendo las que integran la constitución, dejando al arbitrio de tribunales ciudadanos los litigios que surjan. No me he vuelto loco: seguro que muchos estarían de acuerdo y, lo que es peor, la mayor parte no notaría la diferencia.
Pero volvamos al balconing. Este pseudodeporte encarna el perfil de los turistas que campean ya por sus respetos aquí, que es donde se les permite, no en sus países de origen, convirtiendo nuestras costas y ciudades más visitadas en lugares odiosos para familias normales y turistas de alto poder adquisitivo que buscarán sitios más baratos y menos fastidiosos, como Croacia, Turquía o, por ejemplo, la República Checa. Porque, además, los precios también se las traen. Y quienes pagan el pato son los españoles que no pueden regresar a la tranquilidad de sus países después de las fiestas y parrandas interminables. Pero siempre nos queda la posibilidad de sumarnos al enemigo, o de dormir en el trabajo (que a lo mejor tampoco se nota mucho) y comer bocadillos, shawarma o un trozo de pizza para no gastarte en una ración de albóndigas lo que debería valer un buen filete de solomillo de ternera. Puestos a elegir, lo ideal sería pasar las vacaciones, si las fechas coinciden, en alguno de los países de donde proceden los balconistas.