lunes, 14 de febrero de 2011

Pirata

Tengo un amigo que trabaja en Asuntos Sociales atendiendo a las personas que desean presentar una solicitud para que evalúen su grado de minusvalía. A muchas de tales personas les surgen dudas cuando van a rellenar el impreso o en relación con los documentos que deben aportar. No hace mucho se sentó ante su mesa un individuo muy peculiar: rapado en apariencia, pues se cubría con un pañuelo al estilo pirata, de ojos azules y barba rubia, con varias cicatrices cruzándole el rostro, carente de mano izquierda, en cuyo lugar exhibía un apéndice biónico al igual que en su pierna derecha de la rodilla hacia abajo. Pero lo más sorprendente de aquel tipo no era su aspecto sino su modo de hablar, vaya, más bien el desparpajo con el que se dirigió a mi amigo para que le ayudase a perpetrar sus intenciones. Buenos días, me llamo Steve Leclerc, señor... Braulio, dijo leyendo el nombre de mi amigo que se exponía junto a un abrecartas encima de la mesa. Verás, vengo a que me ayudes a rellenar este endiablado impreso, tuteó sin contemplaciones en un buen castellano, pero con un acento cuyo origen mi amigo no supo determinar, porque hay que ver lo difícil que resulta entender las instrucciones que se dan en los impresos de este país, y que conste que yo soy español, eh, se me concedió la nacionalidad hace cinco años, aunque nací en Kenia para luego... para luego recorrer medio mundo por esos mares de Dios... Lo que te decía, Braulio, creo que debe corresponderme un grado de minusvalía superior al 65%. Bueno, señor Leclerc, replicó mi amigo manteniéndose al margen del tuteo con la esperanza de que el otro retomase la senda del formalismo burocrático, ignoro las argumentaciones y los documentos que usted va a presentar, pero, en todo caso, no me compete a mí la decisión sobre su grado de minusvalía. Lo comprendo, Braulio, pero reconocerás que faltándome una mano, la movió ante sus narices, la mitad de una pierna, se puso en pie para subirse el pernil derecho y mostrarle el dispositivo biónico, y un ojo, introdujo unos dedos de titanio, o del metal que fuera, por los bordes de los párpados, de un modo que a mi amigo le dio una grima espantosa, para extraer un globo ocular de vidrio que sonó en la mano del señor Leclerc como una canica que cayese rebotando sobre la tapa de hierro de una alcantarilla, no estoy para muchas alegrías, porque apenas me valgo por mí mismo y mi señora bastante tiene con hacer la..., con trabajar de sol a sol todos los días, comentó, sentándose de nuevo, sin aclarar a cuál de los intervalos entre los dos soles se refería. Steve Leclerc colocó el ojo junto al abrecartas. Concretemos, dijo mi amigo apartando la vista de la cuenca vacía, como una gruta sanguinolenta que no invitaba en absoluto a la exploración, hay otros ciudadanos que requieren nuestro servicio y no tenemos toda la mañana... Eso es verdad, Braulio, que no quiero parecerme a mi padre, siempre contando batallitas de aquí y de allá, porque mi padre, que era belga, se las traía, y mi madre, nacida en Escocia, también, aventureros los dos, siempre en busca de fortuna por esas selvas, y claro, así he salido yo, pirata en el Índico durante más de veinte años, lo que no me sirvió para hacerme rico, que conste, sino para perder un buen porcentaje de mi cuerpo, y si no fuera por la comprensión, la comprensión y las leyes, dicho sea de paso, de este benéfico país, no hubiese paliado mis deficiencias con estos dispositivos mecánicos, volvió a mover la mano metálica, porque gracias a que me concedieron el asilo político cuando huí de Somalia, hará ya cerca de quince años, pude sobrevivir en condiciones aceptablemente dignas; ¿conoces cómo son las cárceles en Somalia? No, señor Leclerc, pero, repito, procure no divagar y hágame sus preguntas de la manera más precisa posible. Enseguida, Braulio, enseguida, ya sé que un buen funcionario es el mejor profesional que necesita cualquier país, y lo sé porque yo también me considero un profesional de categoría en mi sector, no como esos piratas somalíes de ahora que van a lo fácil, unos pipiolos asaltando atuneros a punta de metralleta, aprovechándose de la provisionalidad de unos gobiernos o de la cobardía de otros que no se atreven a infringir las leyes internacionales que regulan la navegación y asuntos parecidos... Yo sí que me la he jugado, amigo Braulio, menos mal que me acogieron en España y que tuve la suerte de que unos médicos me eligieran para experimentar estos apéndices biónicos sin que a mí me costara ni un solo euro. Así que eso fue con cargo a la Seguridad Social, murmuró mi amigo olvidándose de que llevaba diez minutos atendiendo a aquel tipo. Claro que sí, ya te dije que soy pobre a pesar de mis años de pirata, pero no pienses que no he cumplido con la justicia, porque bastante sufrí en el presidio de Somalia. Que acabé con la vida de unos cuantos, de acuerdo, que no pude resistirme a violar a algunas decenas de jovencitas, como las que navegaban con sus familias en un yate de lujo no muy lejos de las islas Maldivas, no lo niego, pero todo fue por una buena causa: la lucha contra las clases opulentas que controlan el capitalismo, porque el capitalismo tiene la obligación moral de devolvernos lo que nos ha robado, ya sea a personas o a países..., y a eso vengo yo, a que me devuelva algo, si no es posible un ojo por lo menos una paga mensual, un subsidio que compense tanta desgracia: de las muertes y las violaciones también tiene la culpa el capitalismo descarnado que impregna el mundo. Me conformo con un 70% de minusvalía. No es que quiera cuestionar sus razonamientos, señor Leclerc, pero, ¿no le parece que el estado español se ha gastado ya bastante en usted como para que continúe exigiendo más ayudas, sobre todo si se tiene en cuenta que lo salvaron en su día concediéndole el asilo político?, preguntó Braulio omitiendo exteriorizar las últimas palabras que pensó: sin merecerlo, asesino y violador. Esto no es un asunto que se sustancie en la lógica o los sentimientos, amigo mío, sino en las leyes: que te asiste el derecho a pedir más, pues lo pides y punto, que para eso tiene uno la nacionalidad española y, además, un ciudadano de la Unión Europea no debe rendirse nunca al desánimo: si se renuncia a la legítima aspiración de alcanzar la sociedad del ocio, estaremos ya para siempre a merced del capitalismo. ¿Sociedad del ocio o sociedad del vicio?, inquirió mi amigo que ya empezaba a cabrearse. Da igual, Braulio, ¿o es que aún no te has enterado de que los vicios ahora se llaman adicciones, dignas de conmiseración y tratamiento terapéutico, que exculpan de cualquier responsabilidad, y de que el ocio, en su máxima expresión, se fundamenta en esas adicciones creadoras de empleo, ya sea sumergido o visible? Vale, dijo derrotado mi amigo, ya que no termina de concretar sus dudas, si le parece comenzamos por consignar sus datos..., Steve Leclerc, ¿verdad? Sí. ¿DNI o tarjeta de residencia? Oye, Braulio, en profesión pones pirata retirado, retirado, eh, como los militares, que yo me considero un militar con mutilaciones sufridas en acto de servicio a lo largo de dos décadas. No es preciso mencionar la profesión. Lo digo por si lo fuera, Braulio, aclaró rascándose el cogote con la mano mecánica.