domingo, 23 de mayo de 2010

Pinturas

Cierto sábado de julio poco antes del ocaso, caminaba con mi mujer por el paseo marítimo Antonio Banderas (sí, ya tiene un tramo de paseo marítimo en Málaga) viendo cómo ardía la leña en los asadores con un lecho de arena donde se preparan los espetos de sardinas, una vez que ya se han formado las brasas, cuando descubrí mi rostro sobre una pared. Íbamos en busca de un merendero (reivindico esta palabra porque ya estoy harto del término chiringuito, al igual que la de asador en vez de barbacoa) donde cenar, conducidos por el aroma de la madera que llameaba en los instantes previos a la colocación de las sardinas empaladas en grupos de cinco o seis empleando humildes, pero efectivos, puñales de caña, por lo que estuve tentado de hacer caso omiso. Claro que, ¿cómo obviar tal fenómeno, comparable a las caras de Bélmez? Espera, Isabel, le dije a mi consorte, que quiero ver algo. Me acerqué al muro en cuestión, deseando que se tratase de una simple coincidencia, pero mientras recorría los metros que me separaban de la pared los rasgos de aquel rostro lejos de hacerse distintos se parecían cada vez más a los míos. Cuando me detuve a medio metro, la voz de mi mujer sonó a mi espalda con un tono de incredulidad: si no eres tú, será tu doble, Miguel.
De doble nada, lo supe por lo escrito bajo aquel semblante: WANTED, y en una segunda línea: AVISAR AL... (no escribiré el número del móvil que aparecía, aunque fuese público), y debajo, a modo de firma: BOKERÓNGLEZ. Así que el jodido Bokerónglez, pensé bastante cabreado, sobre todo por lo de WANTED, en el más puro estilo del western de guion clónico y aburrido. ¿Para qué desearía localizarme? A lo mejor trataba de devolverme los dos euros que le presté en su día, tras reponerse de sus dificultades económicas anteriores. Después de anotar el número del móvil seguí paseando con mi mujer. Estaba decidido a marcar los nueve dígitos para exigirle que borrase mi cara del muro: ¿qué iban a pensar los que me reconociesen? ¿Y si un policía municipal se cruzaba conmigo en aquel momento y creía que el autor de la pintada era yo mismo, llevado por el ansia de notoriedad, narcisismo patológico o algo así?
Se me habían quitado las ganas de comer un par de espetos (con uno no me conformo), de mancharme de grasa las yemas de los dedos con esas sardinas que, asadas en su punto, exhiben un color a medio camino entre la plata y el oro, por lo que andaba con una prisa que no venía a cuento. Sin embargo, diez minutos más tarde me paré en seco ante una nueva pintada con la firma de Bokerónglez. No, no vi en ella mi rostro, por suerte, pero la reconocí, o me pareció reconocerla, como una de las que Antonia Barba, profesora de dibujo que coincidió conmigo en el instituto Pedro Muñoz Seca (El Puerto de Santa María) plasmaba en óleos, cuadros que luego se exhibían en exposiciones de pintura. Cuando asistí a una de aquellas exposiciones en el café (prefiero este término al de pub, porque café servían allí, y de paso mantengo la coherencia con mis manías léxicas) Blanco y Negro, me pareció que representar grafitos en un lienzo era una especie de paradoja: por un lado, muy original, pues nunca había visto algo semejante, por otro, en absoluto original dado que se limitaba a replicar con óleo y pinceles lo que autores ajenos, en su mayor parte anónimos, componían (con frecuencia, más bien garabateaban) en paredes de edificios, tapias de parques y cementerios, fábricas abandonadas y hasta monumentos no menos abandonados. Curiosas las pinturas de pintadas (todas eran reales, me aseguró, de las que te encuentras en cualquier sitio por el que camines o discurra el tren o automóvil en le que viajas), aunque el motivo que debía justificar aquel empeño, aquella especie de metapintura, se me escapaba. Los cuadros me resultan interesantes, le comenté, pero siempre he odiado las pintadas, ¿a qué se debe que todos encierren el mismo contenido? Bueno, es una forma de expresión, como los bodegones, las marinas o los retratos, por ejemplo. ¿Así de sencillo? Así de sencillo. Pero, tú eres hiperrealista, ¿no? Si a ti te lo parece, Miguel, aunque yo no me definiría con tanta facilidad, vaya, que una no es hiperrealista como si fuera vegetariana o de una logia masónica. No termino de entenderte, a ver, ¿qué significado profundo subyace en tus lienzos? Piensa en la alegoría, hombre, ¿no la captas? No. Pues entonces, por mucho que te lo explique, no llegarás a comprender la verdadera naturaleza de lo expresado, porque juegan un importante papel los sentimientos, compartir, qué digo compartir, comulgar a través de los colores, las formas, los textos en los que se ha vaciado un bote de aerosol, con el pintor clandestino, imaginarte su intención, sus esperanzas, las lágrimas que en ese instante caían de sus ojos por una decepción amorosa: no, tú no estás preparado para asumir la textura de un universo cromático que va más allá de la catalogación basada en supuestos lógicos.
Recordando aquellas palabras, y asumiendo que no puedo asumir la textura de tales universos cromáticos, porque los lienzos, y no digamos las paredes, a menudo llenas de mierda, tienen una textura que se las trae, marqué el número del móvil de Bokerónglez. ¿Sí? De sí, nada: ¡no!, Bokerónglez, no quiero seguir viendo mi cara en el paseo marítimo. ¡Ah, eres tú!, ¿cómo te llamabas? No te lo dije la otra vez, en la plaza de la Constitución, pero mi nombre es Miguel. Perfecto, perfecto... Perfecto, por qué. Es un decir, no te cabrees, ni tampoco te preocupes, porque soluciono el asunto en un par de días. Vale, en un par de días espero que esté borrado. Borrado, no. Cómo que no. Eso resulta muy difícil, hombre, un gasto de energía superfluo: una de estas noches me acerco para hacer unos retoques por aquí y por allá hasta convertir tu rostro en el de un político corrupto: ¿cuál prefieres?, ahora hay donde elegir... Escoge tú, lo importante es que mi cara desaparezca..., por cierto, ¿para qué querías que te llamara? Te voy a devolver los dos euros que me prestaste: me han tocado varios miles en un cupón de la ONCE que me encontré en la calle, aunque no era exactamente de la ONCE... De una de esas ilegales, ¿no? Sí, para el caso es lo mismo, así que quiero devolverte la moneda. No me jodas, te la di, y lo que se da no se quita, quédate con ella. Claro, para que pienses que se trataba de una limosna, qué gracioso: o recuperas tu préstamo o tu cara permanece en el paseo marítimo hasta que, a lo mejor dentro de una década o dos, pinten los muros. De acuerdo, ya que te empeñas, me la devuelves: dime a qué hora nos vemos en la plaza de la Constitución. Tranquilo, hombre, que voy a invitarte a cenar. ¿Invitarme a cenar?, murmuré patidifuso. Sí, en la casa de mis padres, aprovechando que el próximo fin de semana se largan a Londres, me acompañará mi colega Judit. ¿La de la beca Erasmus en Finlandia? No, otra que pillé emborronando con sus aerosoles una de mis pintadas: empezamos con una buena bronca y seguimos con un buen polvo aquella noche... Pero en la casa de tus padres... Ven con tu mujer, porque era tu mujer la de aquel día, ¿no? Sí. Pues ya te mandaré un mensaje con la dirección y la hora a la que cenamos el viernes al número del móvil desde el que me has llamado.
Colgó dejándome con la palabra en la boca. El caradura me citaba a la casa de sus padres para devolverme dos euros y cenar con mi mujer en compañía de su actual pareja, que, conociendo su afición nocturna, lo mismo se trataba de una cocainómana que de una puta callejera o una de esas chinas que venden artilugios con lucecitas multicolores e intermitentes que te dan el coñazo mientras tomas algo en la terraza al aire libre de un restaurante. En fin, ya os hablaré de la dichosa cena en otra ocasión.

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