sábado, 18 de diciembre de 2010

Pintas

La casa de los padres de Bokerónglez está en una zona de Málaga que se denomina Atabal, sobre un monte con unas vistas envidiables. Era un viernes de principios de agosto, con un aire calmado y sofocante, preludio de lo que se avecinaba: un terral, propio de estos parajes, que elevaría la temperatura acercándola a los cuarenta grados. Llegamos al chalé con una antelación de diez minutos a la hora que me indicó el falso mendigo: nueve y media. Mientras llamaba tuve la duda de si me abriría o no, porque Bokerónglez era muy suyo y lo mismo nos hacía esperar en la puerta, sudando en aquel crepúsculo bochornoso, hasta que su reloj diera el permiso necesario para entrar. Pero no: un Bokerónglez muy festivo apareció ante las dos hojas de hierro forjado en compañía de la fu... joven de la que me habló llamada Judit. No os quedéis ahí, nos dijo el anfitrión, que va a enfriarse la lasaña de calabacín con bechamel de remolacha y nueces, receta inventada por mí: espero que os guste. La lasaña, hasta ahora, siempre me ha encantado, murmuró mi mujer en un derroche de ambigüedad mientras se fijaba, no sin cierto pasmo, en la pinta que tenía Judit, aunque Bokerónglez tampoco es que fuera muy convencional en su aspecto y forma de vestir: unas chanclas con adornos que brillaban en la oscuridad, bermudas de color azul cobalto sobre el que destacaban multitud de hojas de cannabis, un pendiente en la oreja izquierda con forma de boquerón, tal vez de plata y de grandes dimensiones pues a poco que inclinase la cabeza le rozaba el hombro, y un pelado que convertía su cabeza en un casco de centurión, lo que me sorprendió ya que cuando nos vimos la primera vez no exhibía ese penacho rojo que imitaba a una media media luna (sí, digamos a un cuarto de luna). Pero Judit, que, por cierto, olía a sudor proveniente de sus sobacos sin depilar más que un albañil que no se hubiera duchado en una semana, hacía que su amigo pareciese un pijo tradicional: en pelotas la tía, aunque, para ser justos, tapase sus vergüenzas con unas pinturas que imitaban a un biquini algo... psicodélico, con un piercing en cada ceja, otro en la nariz y un tercero en el pezón izquierdo, dos tatuajes en las nalgas replicados en el vientre, una trenza azabache que le llegaba casi hasta la cintura y ojos verdes con esa mirada melancólica de los miopes necesitados de nuevas lentillas. Fea no, pero a mí las chicas sin depilar, por poco vello con que la naturaleza las haya agraciado, más bien desgraciado, no me gustan, y si a eso unimos su delgadez, más acusada incluso que la de su pareja, porque Bokerónglez no tiene ni una mota de grasa, aunque tampoco unos músculos destacables, puede decirse que la desnudez de la jovencita ni me inmutó. Venga, Miguel, me dio dos palmadas en el hombro el anfitrión, ya verás qué manjares nos esperan.
Los manjares previos a la lasaña consistían en unos canapés a elegir entre salmón ahumado con una aceitunita negra, y queso fresco de cabra, que, por lo visto, pastaba (ella con sus congéneres del rebaño) en un lugar próximo a Ronda del que no me acuerdo, con un toque de orégano y media anchoa del Cantábrico. En fin, probé uno de salmón por cortesía: los canapés los había elaborado Judit, aunque no abrí la boca mientras pensaba en la posibilidad de encontrar un pelo de procedencia sospechosa, e incluso me esforcé en descubrirlo entre el pan y el filetito del pescado noruego, porque seguro que los preparó en pelotas. Después de tragar el primer trozo le dije: excelente, Judit, muy bueno. Gracias: aproveché el par de horas que Bokerónglez dedicó a vestirme con sus pinceles para hacerlos. Ah, te pintó él... ¿podías moverte? No, solo a ratos: me puse sobre un muslo las rebanaditas y sobre el otro los ingredientes: tengo ya mucha práctica con los canapés.
Tal y como suponía: pan con salmón, aceitunas negras, queso fresco, anchoas y sudor de Judit. Descartando, sin mucho fundamento, que no incluyeran otras cosas: ¿quién sabe si minutos antes de empezar los muslos de la joven fueron manipulados por Bokerónglez mientras la penetraba? Así que también pintas casas, comentó mi mujer a unas explicaciones que yo me había perdido por mi ensimismamiento. Un poco de todo: trabajo en una empresa de decoración, jardinería, paisajismo..., pero los cabrones me pagan mil euros brutos al mes, que se quedan en poco más de ochocientos, así que me desahogo muchas noches con las pintadas. O sea, que la culpa la tienen tus jefes. Sí, mis jefes y el sistema, porque sin el sistema no habría jefes. Mi mujer intercambió una mirada conmigo como trasladándome la culpa: el sistema era yo.
Pasamos al plato principal sin que el anfitrión conectara el aire acondicionado y sin que, tal y como me temía, ninguno de los jóvenes cambiase su indumentaria. Menos mal que la lasaña estaba realmente rica, aunque no era nada convencional: en lugar de berenjena Bokerónglez utilizó láminas de calabacín frito, la bechamel no se hacía con leche sino con caldo de hortalizas, además de un jugo de remolacha y nueces trituradas, y la carne resultaba deliciosa. Tanto me gustó que le pregunté: ¿oye, a qué carnicería vas? A ninguna, todo esto lo compra mi madre, yo me limito a coger lo necesario para mis recetas, aunque sé, por lo que ponía en las etiquetas, porque mi madre pone etiquetas en las bolsas de congelados, que habéis comido una lasaña con dos tipos de carne: avestruz y canguro. Can..., can..., murmuré como un tonto. No, perro, no, canguro, ja, ja, ja... Se burló el puñetero. Avestruz no me parecía tan exótico ni repulsivo, pero canguro era harina de otro costal, lo mismo que si me dice cocodrilo que, al parecer, también está de moda. De postre sorbete: melón, sandía o coco. De lo más vulgar: agua teñida con aromas artificiales. Al término, Bokerónglez se levantó para hablar en tono solemne: ahora centrémonos en lo importante: me tenéis que seguir hasta la biblioteca que usa mi padre como despacho.
La biblioteca era magnífica, con estanterías de madera noble y labrada sin pecar de excesos barrocos, al igual que el escritorio. No exagero si digo que allí se hallaban clasificados unos diez mil volúmenes, desde incunables a enciclopedias actuales del estilo Historia de la aviación. Nos hizo colocarnos alrededor de la mesa, abarrotada de papeles, legajos y publicaciones facsímil. Entonces sumergió su mano en aquel caos, aproximadamente en el centro, para sacar, exclamando taaachín, como un grito triunfal, una moneda de dos euros, de la que ya me había olvidado. Te entrego lo que te debía, con los testigos que asisten a esta ceremonia, que conste. De acuerdo, murmuré cogiéndola mientras observaba uno de los libros que había sobre el escritorio. Bokerónglez, percatándose de mi interés, me preguntó: ¿hay algo que te llame la atención de los papelotes de mi padre? Pues la verdad es que sí, ese libro editado por el servicio de publicaciones de la Diputación me... Llévatelo, hombre, llévatelo. ¿Me lo regalaría tu padre? No lo sé, pero no se va a enterar: con la cantidad de volúmenes, de ponencias y de investigaciones pendientes que lo abruman, seguro que no se da cuenta. Pero... No se hable más, Miguel, coge lo que te apetezca. ¿Y a qué se dedica tu padre? Es profesor de historia en la universidad: siempre está liado con temas poco conocidos de sucesos, supuestamente históricos, aunque a veces son simples leyendas, que le cuentan en localidades de la provincia.
Si Bokerónglez me daba permiso, por qué no atreverse, de manera que me apoderé del ejemplar, del que me cautivó el título: EL TRIÁNGULO DE LAS TORRES, y un tocho de folios que sin duda constituían la documentación utilizada por el padre de mi... amigo.
A eso de las doce nos despedimos en la cancela de forja, a pesar de que nuestro anfitrión pretendía consumir las existencias de whisky de su progenitor, por no hablar de la ginebra y dos licores, uno de menta y otro de guindas, que fue lo único que probé (el de guindas) en dosis minúsculas: tenía que conducir, aunque, llegado el caso, mi mujer, que es alérgica al alcohol, también puede llevarme de vuelta al hogar. Al tiempo que Bokerónglez me gritaba: ya te llamaré, Judit se despedía con una mano mientras con la otra se rascaba el co... los genitales: le picarían por efecto de la pintura. La misma mano con la que preparó los canapés, seguro.

No hay comentarios: