jueves, 20 de enero de 2011

Crisisantemos

Durante el último día de difuntos se vendieron menos flores, como consecuencia de la crisis, claro. Las de plástico no se marchitan y, por otra parte, la lluvia se encarga de limpiarlas, lo que ahorra bastantes visitas al camposanto. El pragmatismo y la economía se imponen hasta en este tipo de asuntos. Si en las lápidas se prescindiese de epitafios y demás retórica referente a los familiares, sustituyendo de paso el nombre del fallecido por un número, como por ejemplo el DNI, gastaríamos menos en marmolistas, que ya cobran bastante por inscribir, a menudo con faltas de ortografía, los apellidos del muerto.
La incineración no representa muchas ventajas, en lo que a coste se refiere, con respecto a la inhumación, pues, aunque el familiar no esté obligado a la compra de un columbario para depositar la urna, el proceso encarece las pompas fúnebres si no se dispone de un seguro. Aunque hay gente que guarda en un armario empotrado varias urnas: con las cenizas de su esposo, de su padre, de su suegra, de una hermana y hasta de un perro muy querido, siempre que se rechace contaminar las aguas de un río, de una bahía o del embalse que abastece de agua a la población con los restos carbonizados. Incluso no faltará quien, presa del desvarío, cultive en dichas urnas, mejoradas las cenizas con algo de tierra del lugar, unos geranios, petunias y hasta crisantemos, las flores más apropiadas a juzgar por las preferencias de la mayoría (su parte de culpa tendrán los japoneses).
No están los tiempos para exequias de lujo, por más que algunas funerarias ofrezcan a sus posibles clientes probar los ataúdes, acolchados y guarnecidos con materias nobles, como si fuesen esos canapés de salmón que puedes degustar en una gran superficie, tomándolos de una bandejita con la que te aborda una joven con un atuendo típico de Noruega y unas tetas generosas asomando por su escote. ¿Cuál es su talla, caballero?, disponemos de todo tipo de medidas, desde la L a la XXL; ni de sobra ni encogido, que un cadáver también merece yacer a gusto: si pudiera apreciar la comodidad lo agradecería, ¿no cree? Sí creo, aunque no tanto en el valor de la extravagancia, en esos negocios basados en el estudio de tendencias, en las modas que se avecinan, que terminarán martirizándonos con despedidas de solteros donde unos vampiros sátiros pretenderán chuparnos hasta la última gota de sangre y, lo que es peor, hasta el último céntimo. Hay muchas cosas superfluas, repugnantes o simplemente prescindibles cuya omisión nos permitiría ahorrar un poco, por ejemplo las despedidas de solteros ya citadas, con o sin vampiros sátiros (o vampiresas ninfómanas). Para entretenernos resulta más barato cultivar crisantemos en una maceta de las de verdad, pensando en el próximo día de difuntos, subir a un monte sin la ropa ni el material deportivo recomendado, o pasear por un parque, como hacían nuestros abuelos, que no les daban la lata a nadie con el botellón, ni con luchas callejeras, ni con el claxon de un coche haciéndote correr por un paso de cebra. Y no necesitaron más estímulos para parir a nuestros padres.

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