jueves, 22 de abril de 2010

Abejas

El otro día, estando en el porche de mi casa entretenido en regar las plantas que ya exhiben sus flores en la jardinera que lo adorna, descubrí una abeja que merodeaba cerniéndose sobre los pétalos como lo haría un halcón sobre su presa. Mi primer impulso fue dejar la regadera y coger un suplemento dominical sobre economía, en cuya lectura no pensaba desperdiciar el tiempo amargándome con la crisis, los signos de recuperación, etc., y, acechando al insecto hasta que se posara, sacudirle un revistazo, que estremeciera los índices bursátiles, para deshacerme de él. Pero entonces recordé el grave problema de la mortandad masiva de las abejas en todo el mundo, lo cual influye en el mantenimiento de la vida vegetal, pues, aproximadamente, la polinización de un 80% de las especies depende de este tipo de insectos, afectando, como es lógico, a las producciones agrícolas de todo el planeta. Al parecer, las causas de que las colmenas se estén quedando vacías son múltiples, una conjunción de factores, como algunos parásitos, nuevas enfermedades víricas, y, sobre todo, el uso de ciertos pesticidas (los nicotinoides) que las matan en cantidades ingentes. A esto se le unen factores locales: en España, los incendios de los últimos años también han contribuido a su merma. Solté mi arma, con sus afilados IPC, PIB y EPA, entre otras púas semejantes, y me puse a observar el vuelo del bichito. Después de todo, yo no era alérgico a sus picaduras, no como mi cuñado José Mª. Pulido, que si le ataca una abeja o una avispa debe inyectarse a la mayor brevedad posible un antihistamínico. Además, las abejas han inspirado a muchos escritores. Seguro que la mayoría recuerda los versos de Miguel Hernández que se hallan en su elegía motivada por la muerte de Ramón Sijé: volverás a mi huerto y a mi higuera: / por los altos andamios de las flores / pajareará tu alma colmenera / de angelicales ceras y labores. O aquellos otros versos del poema Las moscas, de Antonio Machado, en que son utilizadas para establecer una comparación próxima a la moraleja de una fábula: Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas, / ni brilláis cual mariposas. En fin, por citar a otro autor que, sin duda, le debe bastante a estos animalitos, diré que no hace mucho leí la novela corta La importancia de que las abejas bailen, de Diego González, ganador de la XXVI edición del premio Felipe Trigo, el mismo año en que lo ganó, en la modalidad de novela larga, mi amigo Alberto Castellón con su novela Regina angelorum. Una obra, la de Diego González, que trata el tema de la apicultura de modo magistral, poético, con una técnica narrativa difícil de superar.
Perdoné la vida al insecto, y no perdí nada. Ya sé que una sola abeja no representa gran cosa, pero se empieza por ahí. Las revoluciones de mayor envergadura nacieron de las manos y las mentes de unos pocos audaces decididos a cambiar el mundo. Este mundo en el que se extinguen las abejas, pero que aún no han desaparecido por completo.

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